lunes, 12 de octubre de 2009

El Brujo que Estornudaba

Desmerecer a los demás es una falta de respeto que hace mucho daño ¡Hay que admirar en vez de envidiar!

Había una vez un brujo que no soportaba las cosas lindas de la vida. Cada vez que veía un pájaro o una flor, le daba un ataque de estornudos. Prefería los días de tormenta, porque el sol también lo hacía estornudar.
El brujo vivía en una isla rodeada de un mar color turquesa. La isla era una maravilla de trinos, de gorjeos, de silbos y de todos los sonidos que son capaces de inventar los pájaros.
-¡No lo soporto! -¡No lo soporto! –chillaba el brujo y estornudaba…
Un día, aprendió el hechizo para convertir a los pájaros en piedra. Y lo hizo. Quién sabe como lo hizo. Muchos, muchos pájaros cayeron del cielo como sólo puede caer una piedra, haciendo ¡plumb! Contra el suelo.
El brujo juntó todas las piedras y formó una montaña de mil metros de altura.
La isla, sin pájaros, se volvió silenciosa y triste.
Cada tanto se escuchaba toser al brujo: “¡cof, cof!”, porque se había resfriado en la playa, y también seguía estornudando mucho. Como ya no había pájaros, le echaba la culpa de sus estornudos a las flores.
Estornudaba con a: “¡atcghas!”
Estornudaba con e: “¡atchés!”
Estornudaba con i (que es como estornuda casi todo el mundo): “¡atchís!”
Estornudaba con o: “¡atchós!”
Estornudaba con u: “¡atchús!”
Él decía que las flores le daban alergia, así que ya estaba estudiando una fórmula mágica para que se secaran todas las flores. Era dañino de verdad, no era que un día se despertaba de mal humor y después se le pasaba. No, a este brujo todo le caía mal: el sol, el mar, las flores, los pájaros… ¡absolutamente todo le caía mal!
Tanto silencio llamó la atención de unas gaviotas que pasaron por allí. De inmediato, se dirigieron al Desencantador Oficial, que vivía en otra isla. A este señor alto, de nariz larga, que usaba bigote y sombrero, partió rápidamente a la isla y enseguida escuchó los estornudos del brujo. Cuando vio la montaña, se dio cuenta de que no era una montaña de verdad, sino una montaña de pájaros encantados.
El Desencantador desencantó a los pájaros con un pase mágico fulminante. Miles de pájaros se despegaron entre sí, abrieron alas y picos, y volaron. Volaron en círculos, en bandadas, hacia arriba, adelante y en veloz picada. Eran tantos que en un momento taparon el sol. Al fin, de la montaña no quedó nada. Porque era una montaña hecha de pájaros y ahora los pájaros estaban en el cielo, trinando, gorjeando, silbando…
El brujo fue obligado a ir de nuevo a la escuela de brujos, para estudiar una materia muy difícil para él: “Cómo aprender a respetar a los pájaros y a las flores”.
Tuvo que dar exámenes diez veces, hasta que al final lo aprobaron. Luego, le prohibieron usar sus poderes mágicos hasta que no aprobara otra materia: “Cómo respetarme a mí mismo y todas las cosas que hay en el mundo”. Al final, terminó siendo un buen brujo, muy respetable.

Para ganarnos el respeto de los demás… ¡primero hay que aprender a respetar!