sábado, 3 de octubre de 2009

Los tres Cabellos de oro del Demonio

Vino una vez un niño al mundo cubierto con una membrana. Dijeron que presagiaba suerte y que cuando el muchacho tuviera dieciséis años se casaría con la hija del rey. Pocos días después, llegó el monarca a aquel pueblo y al preguntar a los habitantes si había alguna novedad, le dieron cuenta de lo sucedido. –Ha nacido un niño envuelto en una membrana, -le dijeron, -lo que todos interpretan como signo de suerte. Además, se le ha pronosticado que a los dieciséis años se casará con la hija de Vuestra Majestad.
El monarca, que era hombre de corazón duro y se había irritado mucho con la profecía, llamó a los padres del niño y les pidió con amables palabras que le entregaran el pequeño, prometiéndoles cuidar muy bien de él. Al principio, se negaban los padres, pero el rey les dio dinero y consintieron en darle a su hijo, pensando: “Está señalado por la buena fortuna y todo tiene que salirle bien”.
El rey puso al niño en una caja y lo arrojó al río en un punto en que el agua era profunda, diciendo para sí: “ Ya está mi hija libre de este indeseable novio”.
Pero la caja no se hundió, sino que flotó como un barquichuelo sobre el agua, sin que penetrara una sola gota en su interior. Siguiendo el curso de la corriente, llegó hasta un molino situado a una distancia de dos millas de la corte y quedó detenida en la presa. Un mozo que trabajaba en el molino se encontraba por casualidad junto a aquel lugar; cogió la caja con un gancho y la llevó a la orilla, creyendo hallar en ella algún tesoro. Quedó en extremo sorprendido al ver que contenía un gracioso bebé y lo llevó a los dueños del molino, que no tenía hijos y estuvieron muy contentos. –Dios que nos lo ha enviado, dijeron.
Cuidaron muy bien del pequeño, que fue creciendo y se convirtió en un muchacho fuerte y sano de cuerpo y de muy buen carácter y sentimientos. Un día de fuerte temporal, entró el rey a guarnecerse en el molino y preguntó a los esposos si el chico era hijo suyo –No, respondieron ellos, lo encontramos hace dieciséis años en la presa metido en una caja. EL mozo lo salvó. –Comprendió el soberano que no podía ser otro que aquel niño de la suerte que él había arrojado al río para que pereciera y dijo al molinero: -“Si este muchacho lleva a la reina, mi esposa, una carta, le daré dos ducados.” –“Como mande el señor rey”, respondió el molinero. Y encargó al muchacho que se diera prisa.
El monarca escribió el siguiente mensaje: “En cuanto hayas leído esta carta, mandarás matar y enterrar al mensajero que la ha traído. Cuida de que esta disposición esté debidamente cumplimentada antes de mi regreso.”
Marchó el muchacho con la carta, pero se perdió por el camino y llegó por la noche a un gran bosque. Divisó una lucecita a lo lejos y se dirigió hacia ella, resultando proceder de una casita, en la que entró. Solamente se hallaba en la misma una anciana, sentada al lado del fuego. Se asustó al ver el chico y le dijo: -“¿De dónde vienes? ¿Qué buscas aquí?”
-“Vengo del molino y voy a la corte para llevar una carta a la reina. Me he extraviado y desearía pasar la noche en esta casa.”
-“¡Pobre chico!”, exclamó la vieja. “Te has metido en una casa de ladrones. Si te encuentran cuando vuelvan, te matarán..”
-“Qué sea lo que Dios quiera! No tengo miedo. Estoy tan cansado que no puedo continuar andando” Y diciendo estas palabras, se tendió en un banco y quedó dormido al instante.
Poco después, regresaron los ladrones y preguntaron enfurecidos quién era aquel joven forastero que dormía. –“No temáis”, les contestó la vieja; “es un pobre chico que se ha perdido en el bosque; lo he dejado dormir aquí por compasión. Lleva una carta para la reina.”
Los ladrones buscaron la carta, sin despertar al muchacho, y la leyeron, enterándose de que debían quitarle la vida en la corte. Se compadecieron los bandoleros y el capitán destruyó la carta, cambiándola por otra que escribió él. Encargaba en ella a la reina que casara inmediatamente al joven con su hija. Dejaron dormir tranquilamente al muchacho y cuando se despertó a la mañana siguiente le enseñaron el camino.
Al recibir la carta, se apresuró la reina a cumplir lo que en ella se le encargaba, celebrándose las bodas con gran magnificencia. De ese modo se cumplió el vaticinio y la princesa, por ser el joven amable y de gallarda presencia, acogió lo con agrado y todos estuvieron muy satisfechos y contentos.
A los días, volvió el rey a su palacio y quedó en extremo sorprendido e irritado al ver que había sucedido lo que él quería evitar. –“¿Cómo has podido hacer esto?”, preguntó a su esposa. “Las órdenes que daba en la carta eran muy distintas.”
La reina buscó la carta que le había entregado el mensajero y la mostró a su esposo. La leyó éste con estupefacción y comprendió que alguien había cambiado por el otro el mensaje que él escribió. Llamó al joven y le interrogó sobre lo que había hecho con su carta, ya que había sido substituida por otra. –“No sé nada”, respondió. “Debieron cambiarla en el bosque mientras yo dormía.”
El monarca, lleno de cólera, habló en estos términos: -“No tendrás a mi hija tan fácilmente. Quien quiera poseerla, a de traerme del infierno tres cabellos de oro del demonio. Si cumples esta condición, podrás continuar teniendo a mi hija.”De este modo esperaba el rey verse libre para siempre del yerno.
EL joven respondió: -“Traeré los cabellos de oro. No le tengo miedo al demonio.” Se despidió de su esposa y de los reyes y partió en busca de los cabellos.
El camino que tomó le condujo a una gran ciudad. Al llegar a la puerta, le preguntó el centinela qué oficio tenía y qué sabía. Respondió el joven que lo sabía todo.
-“En este caso”, dijo el centinela, “podrías hacernos un favor respondiendo a esta pregunta: ¿Por qué la fuente del mercado, que antes manaba vino, se ha secado ahora y ni tan sólo de agua?” –“ Ya os aclararé yo eso”, respondió el joven “espero tendréis que esperar a que vuelva.”
Continuó andando y llegó a otra ciudad. El centinela le interrogó sobre su oficio y las cosas que sabía, respondiendo el joven: -“Lo sé todo” –“Entonces”, le dijo el centinela. “podréis decirme por qué un árbol de nuestra ciudad que producía manzanas de oro no tiene ahora ni frutos ni hojas” –“Os responderé cumplidamente”, contestó el joven, “pero tendréis que esperar hasta que regrese.”
Prosiguió su camino el recién desposado y encontró un río muy ancho que hubo de atravesar en barca. El barquero le preguntó qué oficio tenía y qué cosas sabía. –“Lo sé todo”, respondió el joven. –“Siendo así”, dijo el barquero, “espero que me haréis un favor. Decidme, ¿porqué tengo que ir siempre de una a otra orilla trasladando pasajeros sin quedar nunca libre de mi obligación?” –“Os lo diré a la vuelta”, contestó el joven.
A su paso por el lago halló la entrada del infierno y penetró en la negra y tenebrosa mansión. El diablo no estaba en casa y solamente se encontraba allí su abuela, sentada en ancho sillón.
-“¿Qué haces aquí?”, le preguntó ella, mirándole fijamente, pero sin enfado.
-“Desearía tres cabellos de oro del demonio”, respondió el joven. “Si no los consigo, no me permiten continuar viviendo con mi esposa, la princesa”
-“ Es una pretensión muy atrevida”, dijo la vieja. “Sí el diablo te encuentra aquí, peligra tu vida. Pero me das lastima y veré lo que puedo hacer por complacerte”
Inmediatamente, transformó al joven en una hormiga y le dijo que se escondiera en un pliegue de su falda. –“Muy bien”, dijo el mozo, “pero todavía tengo otro favor que pedirte. Tres cosas hay que quisiera saber: porqué se ha secado una fuente que manaba vino; por qué un árbol que daba manzanas de oro está ahora sin frutos ni hojas, y , finalmente, porqué el barquero del río se ve forzado a ir de una a otra orilla sin que pueda abandonar su tarea”
-“Difíciles preguntas son esas”, respondió la vieja, “espero también en esto te ayudaré. Esta atento cuando hable el demonio al arrancarle yo los cabellos”
Al anochecer, volvió el diablo a su casa. Apenas había traspasado el umbral, notó que el aire no era puro. –“Huele a carne humana, a carne humana!” exclamó. “Algo hay que no va como debe” Buscó por todos los rincones, pero no halló nada.
-“He barrido la habitación y he puesto la casa en orden”, le respondió su abuela, “y ahora vienes tú a revolverlo todo con tus manías de carne humana. ¡Siéntate y cena!”
Así lo hizo el diablo y después de haber comido y bebido a su gusto, le dijo la abuela que se sentara en el suelo para peinarlo. No tardó el demonio en cabecear y bostezar y, finalmente, se quedó profundamente dormido. Aprovechó la vieja aquel momento para arrancarle un cabello de oro, que depositó en el suelo a un lado del sillón.
-“¡Ay!”, exclamó el diablo, despertándose. “¿Qué haces?”
-“Tenía una pesadilla”, respondió la abuela. “Este es el motivo de que me haya agarrado sin querer a tus cabellos”
-“¿Qué soñabas?”, preguntó el diablo.
-“Veía en sueños una fuente en el mercado. Antes manaba vino, mientras que ahora no sale de ella ni tan sólo agua. ¿A qué puede atribuirse este cambio?”
-“¡Ah, si lo supieran ellos!”, dijo el diablo. “En la fuente hay un sapo, que está escondido debajo de una piedra. Si lo mataran, volvería a manar vino”
La abuela volvió a peinarlo suavemente hasta que el diablo se puso a roncar con tal fuerza que trepidaban las ventanas. Le arrancó entonces otro cabello de oro.
-“¡Eh!”, exclamó el diablo enfadado, “¿qué bromas son esas?”
-“No lo tomes a mal, nietecito. Ha sido en sueños”
-“Qué has soñado ahora?”
-“Había un árbol en una ciudad que producía manzanas de oro. Pero ahora no tiene frutos ni hojas. ¿A qué obedecerá esto?
-“¡Ah, si lo supieran!”, respondió el demonio. “Hay en las raíces un ratón. Si lo matasen, daría nuevamente manzanas de oro, pero si no lo hacen, acabará muriéndose el árbol. Y ahora, déjame dormir tranquilo. Si vuelves a despertarme, te calentaré las orejas”
Lo calmó la vieja con buenas palabras y se puso a alisarle los cabellos hasta que volvió a dormirse y roncar. Le arrancó entonces el tercer cabello.
El diablo se encolerizó y quiso pegar a su abuela, pero ella aplacó sus iras excusándose en estos términos: -“¿Qué le puedo hacer yo, si sueño cosas tan raras y muevo las manos sin saber lo que me hago?”
-“¿Qué diablos has soñado ahora?”, preguntó el demonio, sin poder contener su curiosidad.
-“Soñaba un barquero que trasladaba pasajeros de una a otra orilla de un río y se lamentaba de no poder cesar nunca en su trabajo. ¿A qué se deberá que no pueda dejarlo?”
-“¡Valiente tonto! Si, cuando viene un pasajero para que lo lleve al otro lado, le pusiera el remo en la mano, podría saltar libremente al llegar a tierra y sería el otro quien quedaría obligado a continuar el trabajo”
Habiendo cogido los tres cabellos y conseguido contestación a las tres preguntas, dejó la vieja dormir en paz a Satanás, que no se despertó hasta el amanecer.
Cuando se hubo marchado el diablo, sacó la vieja la hormiga de la falda y le devolvió la forma humana. –“Ahí tienes los tres cabellos de oro”, le dijo “En cuanto a las preguntas, tú mismo has oído las respuestas.
-“Muy bien. No las olvidaré”
-“Siendo así, ya te he ayudado y puedes seguir tu camino”
Se marchó el joven después de dar gracias, muy contento del éxito alcanzado. Al llegar al río, le pidió el remero la respuesta prometida.
-“Llévame primero a la otra orilla. Ya te diré luego el modo de que quedes libre”
Después de haber puesto pie a tierra, dio al barquero el consejo que había oído de boca del demonio: -“Cuando venga otro a pedirte que lo pases al otro lado, ponle los remos en la mano”
Al llegar a la ciudad en que se encontraba el árbol marchito, dijo al centinela: -“Si matáis al ratón que hay en las raíces del árbol, volverá a dar manzanas de oro.” Le dieron como recompensa dos asnos cargados de oro.
Al pasar luego por la ciudad en que había secado la fuente, les comunicó lo que había averiguado: -“Encontraréis en la fuente un sapo debajo de una piedra. Matadlo y volverá a manar de la fuente un vino excelente.” Le dieron la misma recompensa en la ciudad precedente, es decir, dos asnos cargados de oro.
Finalmente, volvió el afortunado joven a palacio a reunirse con su esposa y dio al rey los tres cabellos de oro. –“Está bien”, le dijo el monarca, muy contento de ver el oro. “Puedes quedarte con mi hija. Pero, dime antes, ¿de dónde has sacado tanto oro? Es mucha riqueza.”
-“He atravesado un río en una barca y al llegar al otro lado, he visto que el suelo estaba lleno de oro, de modo que he cogido cuanto he podido.”
-“¿No podría yo ir a buscar oro?”, preguntó el rey con avidez.
-“Nada más fácil. Traeréis tanto oro como queráis. Encentraréis una barca y el remero os llevará a ala otra orilla, donde hallaréis el oro”
El codicioso monarca se fue a toda prisa en la dirección que le dijo su yerno y al llegar al río, pidió al barquero que lo llevase a otro lado. Así lo hizo el remero, pero antes de llegar a la orilla puso el remo en la mano del rey y saltó apresuradamente.
El rey se vio obligado a quedarse en la barca en justo castigo a sus pecados y allí estará todavía si no ha ido nadie a relevarlo.




Hermanos Grimm