domingo, 13 de septiembre de 2009

El Rey Todoesmío Ydenadiemás

El rey del que vamos hablar ahora, se llama Todoesmío Ydenadiemás. Y la verdad es que el nombre le calzaba justo, porque era muy egoísta. Su reino estaba asentado en una lejana isla de un mar que ya se secó (es que esto pasó hace mucho, mucho tiempo) y su capital era la Ciudad de la Malavenida. La ciudad tenía un puerto y allí se detenía los barcos que venían de todo el mundo. Apenas un marino ponía pie en tierra, el detenía los barcos que venían de todo el mundo. Apenas un marino ponía pie en tierra, el recaudador del rey le presentaba una lista de tributos, entre los que se destacaban:
  • Derecho a respirar: dos monedas de oro.
  • Andar sin zapatos: dos monedas de oro.
  • Andar con zapatos: dos monedas de oro.
  • Decir “¡Qué loco está el tiempo!”: 5 monedas de oro.

Alonso del Muérdago, un gran navegante de aquella época, que no quería enojarse por estas imposiciones, respiró hondo y exclamó mirando el cerro que tenía enfrente:
-¡Qué lindo cerro!
-Por mirar el cerro: 30 monedas de oro –anotó el recaudador.
Ahora sí que Alonso estaba enojado:
-¡Esto es un atropello al turista!¡Exijo ver al rey Todoesmío Ydenadiemás! –bramó.
-No, esto no es todo suyo y de nadie más. Esto es todo del rey Todoesmío Ydenadiemás –aclaró el recaudador.
-¡Yo no dije que todo esto es mío y de nadie más! Dije que quiero ver al rey Todoesmío Ydenadiemás –bramó desesperado Alonso del Muérdago.
-Entiendo. Hablar con el rey sale 100 monedas de oro. Si además lo quiere mirar, se agregan 200 monedas de oro. Y si respira mientras habla, tenga en cuenta que el aire del palacio real es más caro –aclaró el hombre-, ¿piensa llevar zapatos?
-No, voy a ir descalzo –dijo por decir, de enojado que estaba, Alonso Muérdago.
-Para el caso es lo mismo: con zapatos o sin zapatos le cobramos un plus a la tarifa vigente por gastar la alfombra de la sala del rey.
-¡Qué plus ni que plus! ¡Me voy, y no pienso volver!
-Irse le cuesta … -alcanzó a decir el recaudador, pero Alonso el Muérdago ya se había retirado en su bergatín.
Y al poco tiempo llegó al puerto de la Ciudad de la Bienvenida, donde lo esperaba la orquesta municipal y una bailarina que lo invitó a beber jugo de coco. Donde nadie tenía que pagar por respirar, caminar o escuchar.
-¡El aire es gratis! –aclaraban los ciudadanos, orgullosos.
Con el tiempo, todos los habitantes de la Ciudad de la Malavenida se mudaron a la Ciudad de la Bienvenida. Hasta el perro del rey Todoesmío Ydenadiemás se construyó una balsa de madera y fue recibido personalmente por Alonso del Muérdago, que por entonces se había retirado de sus aventuras marinas y vivía en la Ciudad de la Bienvenida. El rey Todoesmío Ydenadiemás, aburrido, se miraba en el espejo y al verse arrugas, decía:
-Por atreverse a mostrar mis arrugas, señor espejo, deberá usted pagar mil monedas de oro. Y el espejo un día se enojó y se rompió a propósito.



YYY



Si eres capaz de dar amor, nunca estarás solo. No ocurre lo mismo con los egoístas sin límites.

El amor es abrir el corazón a todas las personas y vivir sin egoísmo.