martes, 1 de septiembre de 2009

Las Tres Hiladeras

Había una mañana una niña muy perezosa que no quería hilar. A pesar de cuanto le decía su madre, no había modo de que se pusiera a trabajar. Finalmente, perdió la paciencia la madre y le dio una bofetada. Lloró la niña y se quejó a gritos. En aquel momento, pasaba la reina por allí y oyendo los lamentos de la muchacha, subió y preguntó a la mujer la causa de que hubiera pegado al aniña de tal forma que la moviese a llorar tan estruendosamente.
La madre tuvo vergüenza de confesar la verdadera causa y dijo: -“le gusta tanto hilar a mi hija, que no puedo conseguir que cese de hacerlo. Yo soy pobre y no puedo comprar tanto lino”.
Replicó la reina: -“Nada hay que me guste tanto como hilar y nunca estoy tan contenta como el oír del ruido de las ruecas. Dejad venir a vuestra hija a palacio conmigo. Tengo mucho lino y podrá hilar a su gusto.
Se puso muy contenta la madre y dejó que se marchara su hija con la reina.
En cuanto entraron en el palacio, condujo la soberana a la niña a un departamento en el que había tres aposentos llenos del más fino lino desde el suelo hasta el techo.


-“Hila para mí todo este lino”, le dijo la reina “Cuando lo hayas terminado, podrás casarte con mi hijo; aunque seas pobre, no por ello te tengo en menos, ya que tu habilidad es suficiente dote”
La niña estaba muy asustada, ya que calculaba que aun cuando se asara hilando de la mañana a la noche, no podría terminar el trabajo hasta que fuera edad de trescientos años. Al quedarse sola, se puso a llorar y así permaneció durante todo aquel día y el siguiente, no trabajando en lo más mínimo.
Al tercer día, fue a verla la reina y se extrañó de que todavía no hubiera empezado, pero la niña se excusó diciendo que no había podido ponerse a trabajar porque echaba de menos su hogar. Aceptó la reina esta explicación, pero le advirtió que al día siguiente debía comenzar su tarea, sin que valieran pretextos de ninguna clase.
En cuanto volvió la niña a hallarse sola, no supo qué hacer ni qué medio encontrar para salir del paso y se puso a mirar por la ventana. Vio acercarse a tres singulares mujeres, de las que la primera tenía uno de los pies muy grande y ancho; la segunda, el labio inferior alargado, de modo que casi le llegaba a la barbilla; llamaba la atención en la tercera el pulgar de la mano derecha, que era en extremo abultado. Se detuvieron debajo de la ventana, miraron hacia arriba y preguntaron a la muchacha que sucedía.
Contóles la niña el apuro en que se hallaba y le ofrecieron las viejas ayudarla, diciéndole: -“¿Querrás invitarnos a la boda, llamándonos tías sin avergonzarte de nosotros y dejándonos participar del banquete? Si no solo prometes, te hilaremos el lino en muy poco tiempo”.
-“De todo corazón os lo prometo”, respondió la niña. “Podéis entrar y empezar ahora mismo”
Abriéndoles la puerta y les hizo un poco de espacio en la primera habitación. Inmediatamente, se pusieron a hilar. Una, hacía girar la rueca con el pie en el pedal; otra, humedecía el hilo, alargando cada vez el labio; la tercera, apretaba el hilo con el pulgar sobre la mesa y cada vez que lo hacía caía al suelo un montón de hilo muy fino.
Cada vez que venía la reina, escondía la niña las tres hiladeras y le mostraba el hilo. La soberana estaba muy complacida y no regateaba los elogios. Cuando estuvo vacío el primer cuarto, pasaron las hiladeras al segundo y poco después al tercero, de modo que no tardó mucho en estar terminado el trabajo. Entonces, se despidieron las tres mujeres de la niña, diciéndole: -“No te olvides de cumplir lo prometido, ya que ello será tu fortuna”
Cuando la muchacha mostró a la reina los tres aposentos vacíos y el gran montón de hilo, se dispuso la boda. El príncipe estaba muy contento de casarse con una joven tan hábil y trabajadora y la elogiaba mucho.
-“Tengo tres tías”, díjole la muchacha, “que me han prestado grandes servicios y a las que no quiero olvidar en mi prosperidad. Desearía invitarlas a la boda y que se sentaran con nosotros a la mesa.” La reina y el príncipe accedieron gustosos a la petición de la novia.
El día de la boda, entraron las tres viejas muy bien vestidas y la joven las saludó, diciendo: -“Bienvenidas, queridas tías.”
-“¿Cómo?”, dijo el príncipe. “¿Porqué son tan feas tus parientas?” Luego, dirigiéndose a la que tenía el pie muy grande, le preguntó: -“¿Cómo tenéis este pie tan ancho?” –“De mover la rueca con el pedal”, respondió ella; “de mover la rueca con el pedal.”
Interrogó luego a la segunda: -“¿Por qué motivo cuelga vuestro labio?” –“De tanto humedecer el hilo”. Contestó; “de tanto humedecer el hilo.”
“Finalmente, inquirió de la tercera: -“¿Por qué es tan grande el pulgar de vuestra mano derecha?” –“De tanto apretar el hilo”, replicó la vieja; “de tanto apretar el hilo.”
Se horrorizó el príncipe pensando en cómo se convertiría la novia y dijo: -“No permitiré que mi bella esposa vuelva a tocar una rueca.”De este modo quedó exenta la joven de realizar el trabajo que tanto le desagradaba.

Los Hermanos Grimm